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El día que John Lennon anunció el fin de los Beatles.

septiembre 28, 2011 0 comentarios

Se han cumplido 42 años de la conversación que puso fin a la mayor banda de pop de la historia. Estuvieron todos, excepto George Harrison.

20 de septiembre de 1969. Son las doce del mediodía, y en un despacho de las oficinas de los Beatles, en Londres, John Lennon pronuncia la lapidaria frase: "Se acabó". Frente a él, están Paul McCartney, Ringo Starr y Allen Klein, mánager de la banda. George Harrison no se encuentra presente en la reunión por motivos familiares: está visitando a su madre en Chershire. "Palidecimos y se nos aflojó un poco la mandíbula", confesaría después McCartney. Klein era el único que conocía las intenciones de Lennon, aunque le suplicó que lo mantuviese en secreto hasta que se resolvieran unos asuntos legales del grupo. "¿Por qué lo has dicho?", soltó entonces el representante. El motivo real de ese encuentro era firmar las nuevas condiciones discográficas de los Beatles con EMI/Capitol, pero el genio de Liverpool no pudo contenerse. Hacía semanas que lo tenía decidido.

"Aquella mañana, en ese despacho, Paul no paraba de hacer planes de futuro [propuso iniciar una gira por recintos pequeños]. Y yo sólo respondía: 'No, no, no'. Así que llegó un momento en que tenía que explicar por qué lo rechazaba todo. Y dije: 'El grupo se ha acabado, me marcho'. Entonces me pidieron que no dijera nada en público hasta que se solucionaran unos temas con la discográfica", declaró Lennon a ROLLING STONE en 1970. Esa misma mañana, los músicos firmaron un nuevo contrato con su sello que aumentaría sus ganancias por cada disco vendido. Y seis días después, llegó a las tiendas Abbey Road.

Para McCartney la causa de la marcha de su compañero fue Yoko Ono. Así lo ha expresado: "John necesitaba más espacio para sus cosas y las de Yoko. No quería que los Beatles interfirieran en esa intensidad. Dijo: 'Es raro estar aquí diciéndoos que me voy, pero de alguna manera también estoy excitado'. Así era él. Cuando le pidió el divorcio a Cynthia, también experimentó una especie de animación". En ese momento, ni Paul ni Ringo supieron qué sentir. "La tristeza vendría después", ha afirmado el primero. Y Ringo aclara: "Yo habría aguantado un par de años más. Pero no fue una mala decisión. No hubo peleas ni pena en aquel despacho. Tuvo que ser John quien diera el paso: siempre fue el más atrevido con los cambios radicales". A Harrison, se lo contaron después.

Bob Dylan: joven y polémico a los 70 años

septiembre 21, 2011 0 comentarios



Bob Dylan, con una carrera tan prolífica y polémica como reservada es su actitud ante los medios, cumplió 70 años (mayo 24) considerado por muchos como un auténtico genio revolucionario. Robert Allen Zimmerman, su nombre real, es un símbolo de la contracultura estadounidense desde comienzos de la década de 1960, cuando su encendido repertorio de cantautor encontró acomodo en las proclamas de una sociedad que hervía por la guerra de Vietnam al tiempo que se unía en la lucha por los derechos civiles.

"No soy un salvador o un profeta", dijo en 2004 en su primera entrevista televisiva en casi 20 años. "Mis canciones no son sermones y no considero que haya nada en ellas que diga que soy un portavoz de nada ni de nadie", argumentó, al tratar de restar valor a composiciones míticas como las incendiarias y comprometidas "Like a Rolling Stone", "Blowin' In The Wind" o "The Times They Are A-Changin". Unas canciones con las que, en su opinión, sólo trataba de plasmar la realidad que veía pasar ante sus ojos como buen artista "folk", cuyas letras siguen vigentes y se pasan de generación en generación.

Es uno de los músicos más influyentes de la historia, capaz de usar las letras para expiar sus propios pecados y convertirlos en prosa adictiva, ya sea a modo de pop, rock, country o folk, mientras deja escapar sus lamentos por esa garganta que pudiera parecer rota por momentos pero siempre acariciada por su inseparable armónica. Tal y como recuerda el museo Grammy, que inaugura esta semana la exposición "Forever Young" en honor al artista, Dylan cuenta con doce de esos premios musicales, incluidos dos al mejor álbum del año por su participación en "The Concert of Bangladesh", en 1972, y por "Time Out Of Mind", en 1997.

Ganador de un Globo de Oro y un Óscar en 2001 por la canción "Things Have Changed", escrita para el filme "Wonder Boys", es miembro asimismo del salón de la fama del rock'n'roll. Un expediente de oro para un hombre que tuvo muy claro desde el principio que debía salir de Hibbing, en su gélida Minesota natal, para encontrar la luz en las calles inyectadas de vida del Greenwich Village neoyorquino, donde halló inspiración en la poesía de Dylan Thomas (un habitual en sus gustos junto a Hank Williams y Woody Guthrie) para dar con el nombre que le acompañaría el resto de su vida artística.

A su primer disco, "Bob Dylan" (1962), le siguieron otros como los imprescindibles "The Freewheelin' Bob Dylan" (1963), "The Times They Are a-Changin" (1964), "Another Side of Bob Dylan" (1964), "Highway 61 Revisited" (1965) o "Blonde on Blonde" (1966), que contenían himnos clásicos de protesta política. Era la primera fase de su época más brillante, continuada con obras más líricas y eléctricas como "New Morning" (1970), "Pat Garrett & Billy the Kid" (1973), "Desire" (1975) -donde aparecía la inolvidable "Hurricane"- o "Blood on the Tracks" (1975), antes de caer en un bache creativo especialmente notable en la década de 1990, su peor etapa en cuanto a ventas.

De ese bajón logró salir con trabajos tan triunfantes como "Time Out of Mind" (1997) y especialmente, ya en el nuevo siglo, con "Modern Times" (2006). Son cincuenta años sobre los escenarios, incluidos los que pisó en abril pasado en China, para una trayectoria que vivió un importante punto y aparte en 1966, cuando sufrió un grave accidente de moto que le llevó a recluirse de la fama y la presión, alejándose de los escenarios mientras pasaba más tiempo con su familia.
Dylan se casó en dos ocasiones: en 1965 con Sara Lownds (de quien se divorció en 1977), con la que tuvo cuatro hijos (incluido Jakob, vocalista de "The Wallflowers), y con Carolynn Dennis en 1986 (se divorciaron seis años después), con quien tuvo una hija más. Su vida y obra quedó retratada con clarividencia en sus memorias "Chronicles, Volume One" (2004) y en el documental de Martin Scorsese "No Direction Home" (2005).

La nueva moda en el amor: las parejas “LAT”

septiembre 14, 2011 0 comentarios



Se aman, son fieles y tienen proyectos en común. Comparten salidas, vacaciones, gustos, intereses y hasta incluso, hijos…todo excepto una cosa: la vivienda. La modalidad está creciendo con fuerza en el mundo entero y los ingleses ya las bautizaron parejas LAT (Living Apart Together) es algo así como estar juntos, vivir separados-, y está dando magníficos resultados a muchos adultos que quieren tener una relación sentimental y seguir siendo impares o independientes. Puede ser una buena alternativa para muchos impares que desean tener pareja pero temen tropezar con la misma piedra.

Ser LAT no significa renunciar a la fidelidad, ni a pasarla bien en pareja. La idea es tener una relación como cualquier otra pero con cama afuera, de forma tal de no perder completamente la independencia ni renunciar al espacio propio. Se trata de disfrutar de tu individualidad y no renunciar a lo que te gusta como pago por hacer un sitio a alguien en tu corazón y tu cama.

Quienes llevan a cabo esta modalidad, aseguran que la principal ventaja es que discuten y pelean mucho menos que si estuvieran compartiendo el mismo techo. Entre ellos no existen las discusiones de dinero, de orden y limpieza de la casa y menos aún por el control remoto.

Pero, ¿no duermen nunca juntos? Sí, claro, pero sólo cuando tienen realmente ganas. Así, hay noches donde se duerme en la casa del novio, otros en la novia y, otras, cada uno por su lado. Los LAT tienen permitido dejar el cepillo de dientes en la casa de su pareja, así como pertenencias de uso diario, pero ¡nada de llegar con una valija llena de ropa! Muchos también tienen las llaves del departamento de su media naranja, pero jamás entrarían sin pedir permiso o tocar el timbre previamente.

Aquellos días en los que reine el mal humor o simplemente alguno de los dos tenga ganas de estar solo tirado en la cama mirando tele, el otro tendrá que entenderlo sin problemas ni reclamos.
Las finanzas también son independientes: cada uno gestiona sus cuentas como quiera.

‘No sabía que se llamara así -admite Francisco, 46 años y cuatro de ellos de relación con Alicia-, nosotros lo decidimos porque veíamos que queríamos compartir mucho, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a perder cierta independencia’. Alicia (43 años) recuerda que al comienzo, ‘me sentía rara, no por mí, sino porque mis amigas no lo entendían, decían que Francisco no quería comprometerse, que en realidad no nos queríamos, que les parecía todo muy frío. Y nada más alejado de la realidad. Todavía seguimos durmiendo juntos muchas noches a la semana, pero no porque sea la única opción, sino porque nos apetece. Y en cuanto a esa supuesta frialdad… me río de eso. En ese terreno hemos seguido yendo a más… tú me entiendes’. Claro que la entendemos.

Pero, ¿la ventaja se reduce a mantener dos casas y estar en la de uno u otro como un invitado? ‘Es mucho más -Francisco-, porque yo sé que cuento con ella cuando la necesito y ella conmigo, pero no nos sentimos obligados a terminar el día juntos, como si fuéramos por una vía que sólo conduce a una estación’. El símil ferroviario hace inevitable preguntar si nunca ‘descarrilan’, si así evitan peleas y discusiones. ‘Evitamos muchas, muchísimas de las que se producen por naderías, por las pequeñas renuncias que sueles hacer por el otro y a la larga le terminas cobrando’ (Alicia).

Francisco amplía el tema: ‘claro que peleamos a veces, pero por diferencias importantes, no por quién pone la colada o por el programa a ver en la tele’. Y es que ‘cuándo estamos juntos, tele vemos muy poco…’ (Alicia, con picardía que se contagia a Francisco). No son los únicos, y el resumen más ajustado de lo que nos transmiten otras ‘parejas LAT’, indica que al perder la obligatoriedad de conciliar hasta lo más ínfimo, preservan esa cortesía de enamorados sin la erosión de los días repetidos. Si, por ejemplo, a él le gusta el fútbol y le apetece ver ciertos partidos -cada uno sufre como quiere-, no tiene que perdérselos sólo porque ella deteste el deporte del balón, ni obligarla amablemente a verlo porque ‘la semana pasada yo te acompañé a ver ese coñazo de película romántica’. Suena a tópico, pero pensemos un poco: ¿quién no ha renunciado a hacer algo que le apetecía, sólo por quedar bien con la otra parte? Y de vez en cuando, hasta resulta romántico, pero cuando se vuelve una costumbre, estamos esperando -cuando no exigiendo- que hagan lo mismo por nosotros. Y la relación se vuelve un balance, una báscula en la que pesar actitudes propias y ajenas.

Se supone que este tipo de relaciones funcionan mejor entre adultos con historia detrás, que han aprendido que lo más importante, en este terreno, no es lo que se dice, sino lo que se hace. ‘Mi anterior pareja me juraba fidelidad, nunca salía solo y siempre estaba en casa a la hora prevista. Y me la pegó con toda su empresa y con parte de las empresas vecinas’. Esto lo dice Beatriz, 42 años y cinco de ‘relación LAT’ con Pablo, de 44. ‘Ahora, él sale con sus amigos y yo con los míos, sin rendir cuentas ni cronometrar llegadas, y… ¿sabes qué? Cuando mejor me lo paso es cuando salimos juntos…’ Pablo, por su parte, comenta que ‘tengo amigos casados y en pareja, y cuándo salimos por la noche, miran a las otras mujeres como si nunca hubieran visto a ninguna. Creo que lo hacen porque, aunque quieran a sus compañeras, se sienten atados. Yo, con Beatriz, me siento unido. Y no es lo mismo’.

Aunque este ‘nuevo’ tipo de pareja no garantiza la duración eterna del amor -nada lo hace- parece que mantiene viva buena parte de esa llama inicial que quema por dentro cuando te enamoras y que tiende a dejar de calentar con la convivencia. Y tal vez lo importante sea eso: que siga calentando, un día más.

Varias son las parejas de famosos que adoptaron esta modalidad: desde Woody Allen y Mia Farrow (quienes vivían en diferentes casas a ambos lados del Central Park), hasta Helena Boham Carter y Tim Burton, pasando por  Sarah Jessica Parker y su marido, Mathew Broderick.

La felicidad del viejo verde

septiembre 07, 2011 0 comentarios

Por Daniel Samper Pizano:

Cómo es la vida. Ahora, cuando todo lo verde tiene prestigio -la alimentación verde, el planeta verde, las zona verdes-, resulta que el viejo verde sigue siendo objeto de discriminación y desdén. Haga el experimento. Dígale a un amigo de 45 años que acuda a una cafetería con una mujer de menos de 30 y le coja amorosamente la mano. Mientras tanto, usted siéntese en la mesa vecina y ponga atención a los comentarios.

-¿Si has visto a ese anciano decrépito con esa niña? -susurrará a su amiga una bruja cercana.
-Me parece increíble. ¡Pobrecita! -comentará en voz baja la segunda bruja.
-Imagínate: ¡una muchacha tan bonita y tan joven con semejante viejo verde!

Si se trata de elegirlo Presidente de la República, las dos brujas seguramente considerarían al vecino demasiado inmaduro. Porque al hombre de 45 años mucha gente lo cree demasiado joven para un cargo como la Presidencia, y ni hablar de otro tipo de responsabilidades, como ser neurocirujano, rector universitario o Papa.

-¿Sabes que eligieron Papa a un sardino de 58 años? -debió de comentar una bruja a la otra cuando el humo blanco anunció en Roma a Juan Pablo II.
-¡Qué locura! -debió de responder la otra-. Están acabando con la Iglesia...

De modo, pues, que se es viejo verde para enamorar a los 45 años, pero se es demasiado joven para sentarse en la silla de San Pedro antes de los 70. Sin embargo, la condición de viejo verde no depende solo de la edad del varón sino de la edad de quien sea objeto de su pasión. Un hombre de 45, que le camina a una mujer de la misma edad es un tipo maduro y encantador. Solo se vuelve verde si busca compañía más abajo en la escala demográfica... por allá por la treintena o -¡Dios mío!- en la veintena. Cuentan las edades, pero cuenta sobre todo la diferencia de edad. Uno de 30 con una de 18 es un previejo verde. Uno de 60 con una de 30 es un infanticida. Pero un novio de 90 que contrae con una de 80 es un caballero otoñal.

Curiosamente, ha sido así desde hace años. Con los nuevos tiempos pasó al museo el concepto de la virginidad, no se discrimina a los homosexuales, hay tolerancia con las madres solteras, un negro salió elegido Presidente en Estados Unidos, los transexuales adoptan hijos y se acepta que una gota de esperma de donante anónimo fecunde un óvulo de laboratorio y que a la criatura resultante del experimento la adopte una pareja de lesbianas. Sin embargo, al viejo verde no le perdonan nada. Si se enamora de una muchacha apetitosa, es un atentado social; y si la muchacha le corresponde, es un crimen que amerita la actuación de la Brigada de Rescate de la Infantería de Marina.

Se niega de este modo la historia de la humanidad. No solamente porque desde los tiempos bíblicos se han emparejado viejitos chéveres con jovencitas que saben ver más allá de la piel ajada, sino, sobre todo, porque la demografía ha cambiado radicalmente para todos... Para todos, menos para el viejo verde.

Según estudios científicos, actualmente las niñas se hacen mujeres entre tres y cuatro años antes que sus abuelas. Hace una o dos generaciones tan engorroso tránsito hormonal ocurrían hacia los catorce o quince años. Ahora tiene lugar a los once o doce. Al mismo tiempo, la juventud se alarga. En épocas de Bolívar la gente era vieja a los 40 y aquel que aún estaba vivo a los 50 era considerado venerable anciano de la tribu. Ahora hombres y mujeres marchan en plena actividad a los 50 y solo se les empieza a ver como catanos de los 70 hacia arriba. Son miles los terrícolas mayores de cien años, y los gerontólogos anuncian que dentro de cuatro o cinco décadas alcanzar el centenario será asunto común y corriente: tanto como lo es llegar hoy a los 80 años, edad que hace un siglo coronaban únicamente los religiosos tibetanos.

En el 2040 podría haber películas reservadas a mayores de cien años, y descuentos en los gimnasios para miembros de la Cuarta Edad. La esperanza de vida en la mayoría de los países desarrollados supera los 75 años en los hombres y los 80 en las mujeres. El concepto de vejez, pues, ha sufrido un cambio. Maduro era Francisco de Paula Santander a los 28 años, cuando se posesionó de la Presidencia de la República, y había adquirido ya la pátina ceniza del viejo reviejo cuando murió a los 48, un año más decrépito que Bolívar. Señoras y señores. Antonio Banderas y George Clooney son mayores en este momento que Bolívar y Santander, y siguen siendo símbolos sexuales masculinos. Para no mencionar a viejos verde botella, como Winston Churchill, que se hicieron ancianos bebiendo whisky, o viejos verde oliva, como Tirofijo, que festejaron en la selva hasta el septuagésimo séptimo cumpleaños.

¿Por qué -cabe preguntarse-, si se ha producido tan honda revolución demográfica, el viejo verde empieza a serlo a los 40 o 45 y no a los 85 o 90, como debería ser? La respuesta es triste: porque ni la vejez ni el verdor del viejo verde dependen de la edad, sino de la envidia o los prejuicios de los demás. El concepto de la vejez verde no es cronológico, sino mucho más perverso. En la explícita alusión a la edad aparecen camufladas otras ideas malévolas: suciedad, dinero, impotencia, lascivia, enfermedad, ambición... ¿Qué es lo primero que se piensa cuando están juntos un hombre mayor y una mujer joven en una cafetería? Que hay plata de por medio. En efectivo o en especie.

Se supone que el viejo ofrece a la joven una estabilidad económica, estatus social, las posibilidades de una herencia, o todo lo anterior junto. La contraprestación de ella, según los estereotipos sociales, es resignación y cama. Lo último que se les ocurre a las brujas de los alrededores es que él esté legítimamente enamorado. Y ella también. En el mejor de los casos -un Chaplin, un Sinatra, un Hugh Hefner, un Vinicius de Moraes- se dirá que la chica aspira a que se le pegue algo de la fama o la genialidad de su compañero de mayor edad.

Y, en circunstancias de optimismo delirante, alguien no llamará viejo verde al personaje genial -repito: un Chaplin, un Sinatra, un Hugh Hefner, un Vinicius de Moraes- sino "hombre eternamente primaveral" o incluso "individuo proteico", es decir, alguien que está en constante ebullición y cambio, dispuesto a reinventarse a cada momento y resucitar todos los días. Sin embargo, de "individuo proteico" a "individuo prostático" no hay más que unas pocas letras, y abundan los resentidos que las modifican y en cualquier momento se atreven a calificar de viejo verde a quien desafió los convencionalismos y, amparado en el prestigio de su talento, se atrevió a enamorar "carne fresca", como dice Serrat.

A pesar de su condición despectiva y violatoria de la libertad personal y la intimidad del prójimo, el epíteto "viejo verde" es, en español, bastante más noble que en inglés. En español parece sugerir que se trata de un hombre mayor que se considera a sí mismo joven, un varón maduro que se cree biche, un tipo ya pintón que se pretende verde. Pero en inglés la cosa es mucho peor, pues a esta clase de sujeto se lo denomina "dirty old man": viejo sucio. Y ni hablar de la mujer mayor que sale con un hombre joven. Ella en español es una "vieja verde", calificativo aburrido, pero tolerable. En cambio, en inglés es una "vieja sucia", adjetivo execrable desde todo punto de vista. La mujer, que frente al hombre está en desventaja laboral, social, legal, económica y religiosa, a la hora del amor sufre la mayor de las discriminaciones. Ejemplo: un hombre de 45 años baila apretadito con una mujer de 35. Habrá alguna lengua de áspid que lo llame a él viejo verde, pero creo que aún tan corta diferencia de edades de varón a mujer raya en lo socialmente aceptable. En cambio, mujer de 45 con hombre menor -de 35, de 30, de 25- siempre será mirada como una vieja verde o, según terminología más moderna, como una asaltacunas.

Bien decían las mamás de antes: "Hija, tenga mucho cuidado, que la mujer siempre sale perdiendo". Pero, bueno, no me ocupo aquí de las mujeres mayores que se enamoran de hombres jóvenes, ni tampoco de sus mamás, pues se trata de casos realmente raros, sino de hombres mayores que conquistan a mujeres jóvenes. Personalmente, por razones de salud mental, rechazo toda relación con mujer menor de 20 años. Soñar con bachilleres, con primíparas de universidad o con secretarias debutantes me ha parecido siempre una estupidez. Con mucha pena, y ofreciendo disculpas a la que les caiga el guante, las sardinas, las primíparas y las debutantes podrán ser muy espontáneas y tiernas, pero tienen poco que decir. Meras pendejadas. A mí denme las sardinas en lata.

El paso del almanaque me ha enseñado a valorar en la mujer ciertas cualidades que, como las deliciosas arruguitas de los ojos y la comisura de la boca, solo se adquieren con el tiempo: huir de lo trascendental, mantener una mirada irónica sobre la existencia, adobar la vida con humor, ser realista, otorgar a las cosas la importancia que tienen y profesar criterios propios. Pedirle todo esto a una niña que acaba de recibir su diploma de secundaria en medio de las emocionadas lágrimas de papi y mami es imposible. Lo que le sobra en belleza y frescura le falta en experiencia, escepticismo, humor, lecturas, densidad, dimensión, personalidad y talante, qué le vamos a hacer...

El varón con carácter y solidez no puede temer que lo llamen viejo verde. Antes bien, ha de mostrar fe en sí mismo y confianza ante la relatividad de la vida y de las cosas. Decía el profesor Mustio Collado, protagonista de Memoria de mis putas tristes, el último libro de García Márquez (2004): "Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y por qué cuando quieren. Hoy me río de los muchachos de ochenta años que consultan al médico asustados por estos sobresaltos, sin saber que en los noventa son peores, pero ya no importan: son riesgos de estar vivos".

Así es la cosa. A los 90 hay que empezar a preocuparse. Mientras tanto, todo lo que está por debajo es adolescencia. Con este enfoque, uno jamás será un viejo verde.

 
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