Se aman, son fieles y tienen proyectos en común. Comparten salidas, vacaciones, gustos, intereses y hasta incluso, hijos…todo excepto una cosa: la vivienda. La modalidad está creciendo con fuerza en el mundo entero y los ingleses ya las bautizaron parejas LAT (Living Apart Together) es algo así como estar juntos, vivir separados-, y está dando magníficos resultados a muchos adultos que quieren tener una relación sentimental y seguir siendo impares o independientes. Puede ser una buena alternativa para muchos impares que desean tener pareja pero temen tropezar con la misma piedra.
Ser LAT no significa renunciar a la fidelidad, ni a pasarla bien en pareja. La idea es tener una relación como cualquier otra pero con cama afuera, de forma tal de no perder completamente la independencia ni renunciar al espacio propio. Se trata de disfrutar de tu individualidad y no renunciar a lo que te gusta como pago por hacer un sitio a alguien en tu corazón y tu cama.
Quienes llevan a cabo esta modalidad, aseguran que la principal ventaja es que discuten y pelean mucho menos que si estuvieran compartiendo el mismo techo. Entre ellos no existen las discusiones de dinero, de orden y limpieza de la casa y menos aún por el control remoto.
Pero, ¿no duermen nunca juntos? Sí, claro, pero sólo cuando tienen realmente ganas. Así, hay noches donde se duerme en la casa del novio, otros en la novia y, otras, cada uno por su lado. Los LAT tienen permitido dejar el cepillo de dientes en la casa de su pareja, así como pertenencias de uso diario, pero ¡nada de llegar con una valija llena de ropa! Muchos también tienen las llaves del departamento de su media naranja, pero jamás entrarían sin pedir permiso o tocar el timbre previamente.
Aquellos días en los que reine el mal humor o simplemente alguno de los dos tenga ganas de estar solo tirado en la cama mirando tele, el otro tendrá que entenderlo sin problemas ni reclamos.
Las finanzas también son independientes: cada uno gestiona sus cuentas como quiera.
‘No sabía que se llamara así -admite Francisco, 46 años y cuatro de ellos de relación con Alicia-, nosotros lo decidimos porque veíamos que queríamos compartir mucho, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a perder cierta independencia’. Alicia (43 años) recuerda que al comienzo, ‘me sentía rara, no por mí, sino porque mis amigas no lo entendían, decían que Francisco no quería comprometerse, que en realidad no nos queríamos, que les parecía todo muy frío. Y nada más alejado de la realidad. Todavía seguimos durmiendo juntos muchas noches a la semana, pero no porque sea la única opción, sino porque nos apetece. Y en cuanto a esa supuesta frialdad… me río de eso. En ese terreno hemos seguido yendo a más… tú me entiendes’. Claro que la entendemos.
Pero, ¿la ventaja se reduce a mantener dos casas y estar en la de uno u otro como un invitado? ‘Es mucho más -Francisco-, porque yo sé que cuento con ella cuando la necesito y ella conmigo, pero no nos sentimos obligados a terminar el día juntos, como si fuéramos por una vía que sólo conduce a una estación’. El símil ferroviario hace inevitable preguntar si nunca ‘descarrilan’, si así evitan peleas y discusiones. ‘Evitamos muchas, muchísimas de las que se producen por naderías, por las pequeñas renuncias que sueles hacer por el otro y a la larga le terminas cobrando’ (Alicia).
Francisco amplía el tema: ‘claro que peleamos a veces, pero por diferencias importantes, no por quién pone la colada o por el programa a ver en la tele’. Y es que ‘cuándo estamos juntos, tele vemos muy poco…’ (Alicia, con picardía que se contagia a Francisco). No son los únicos, y el resumen más ajustado de lo que nos transmiten otras ‘parejas LAT’, indica que al perder la obligatoriedad de conciliar hasta lo más ínfimo, preservan esa cortesía de enamorados sin la erosión de los días repetidos. Si, por ejemplo, a él le gusta el fútbol y le apetece ver ciertos partidos -cada uno sufre como quiere-, no tiene que perdérselos sólo porque ella deteste el deporte del balón, ni obligarla amablemente a verlo porque ‘la semana pasada yo te acompañé a ver ese coñazo de película romántica’. Suena a tópico, pero pensemos un poco: ¿quién no ha renunciado a hacer algo que le apetecía, sólo por quedar bien con la otra parte? Y de vez en cuando, hasta resulta romántico, pero cuando se vuelve una costumbre, estamos esperando -cuando no exigiendo- que hagan lo mismo por nosotros. Y la relación se vuelve un balance, una báscula en la que pesar actitudes propias y ajenas.
Se supone que este tipo de relaciones funcionan mejor entre adultos con historia detrás, que han aprendido que lo más importante, en este terreno, no es lo que se dice, sino lo que se hace. ‘Mi anterior pareja me juraba fidelidad, nunca salía solo y siempre estaba en casa a la hora prevista. Y me la pegó con toda su empresa y con parte de las empresas vecinas’. Esto lo dice Beatriz, 42 años y cinco de ‘relación LAT’ con Pablo, de 44. ‘Ahora, él sale con sus amigos y yo con los míos, sin rendir cuentas ni cronometrar llegadas, y… ¿sabes qué? Cuando mejor me lo paso es cuando salimos juntos…’ Pablo, por su parte, comenta que ‘tengo amigos casados y en pareja, y cuándo salimos por la noche, miran a las otras mujeres como si nunca hubieran visto a ninguna. Creo que lo hacen porque, aunque quieran a sus compañeras, se sienten atados. Yo, con Beatriz, me siento unido. Y no es lo mismo’.
Aunque este ‘nuevo’ tipo de pareja no garantiza la duración eterna del amor -nada lo hace- parece que mantiene viva buena parte de esa llama inicial que quema por dentro cuando te enamoras y que tiende a dejar de calentar con la convivencia. Y tal vez lo importante sea eso: que siga calentando, un día más.
Varias son las parejas de famosos que adoptaron esta modalidad: desde Woody Allen y Mia Farrow (quienes vivían en diferentes casas a ambos lados del Central Park), hasta Helena Boham Carter y Tim Burton, pasando por Sarah Jessica Parker y su marido, Mathew Broderick.
0 comentarios:
Publicar un comentario