Por Daniel Samper Pizano:
Cómo es la vida. Ahora, cuando todo lo verde tiene prestigio -la alimentación verde, el planeta verde, las zona verdes-, resulta que el viejo verde sigue siendo objeto de discriminación y desdén. Haga el experimento. Dígale a un amigo de 45 años que acuda a una cafetería con una mujer de menos de 30 y le coja amorosamente la mano. Mientras tanto, usted siéntese en la mesa vecina y ponga atención a los comentarios.
-¿Si has visto a ese anciano decrépito con esa niña? -susurrará a su amiga una bruja cercana.
-Me parece increíble. ¡Pobrecita! -comentará en voz baja la segunda bruja.
-Imagínate: ¡una muchacha tan bonita y tan joven con semejante viejo verde!
Si se trata de elegirlo Presidente de la República, las dos brujas seguramente considerarían al vecino demasiado inmaduro. Porque al hombre de 45 años mucha gente lo cree demasiado joven para un cargo como la Presidencia, y ni hablar de otro tipo de responsabilidades, como ser neurocirujano, rector universitario o Papa.
-¿Sabes que eligieron Papa a un sardino de 58 años? -debió de comentar una bruja a la otra cuando el humo blanco anunció en Roma a Juan Pablo II.
-¡Qué locura! -debió de responder la otra-. Están acabando con la Iglesia...
De modo, pues, que se es viejo verde para enamorar a los 45 años, pero se es demasiado joven para sentarse en la silla de San Pedro antes de los 70. Sin embargo, la condición de viejo verde no depende solo de la edad del varón sino de la edad de quien sea objeto de su pasión. Un hombre de 45, que le camina a una mujer de la misma edad es un tipo maduro y encantador. Solo se vuelve verde si busca compañía más abajo en la escala demográfica... por allá por la treintena o -¡Dios mío!- en la veintena. Cuentan las edades, pero cuenta sobre todo la diferencia de edad. Uno de 30 con una de 18 es un previejo verde. Uno de 60 con una de 30 es un infanticida. Pero un novio de 90 que contrae con una de 80 es un caballero otoñal.
Curiosamente, ha sido así desde hace años. Con los nuevos tiempos pasó al museo el concepto de la virginidad, no se discrimina a los homosexuales, hay tolerancia con las madres solteras, un negro salió elegido Presidente en Estados Unidos, los transexuales adoptan hijos y se acepta que una gota de esperma de donante anónimo fecunde un óvulo de laboratorio y que a la criatura resultante del experimento la adopte una pareja de lesbianas. Sin embargo, al viejo verde no le perdonan nada. Si se enamora de una muchacha apetitosa, es un atentado social; y si la muchacha le corresponde, es un crimen que amerita la actuación de la Brigada de Rescate de la Infantería de Marina.
Se niega de este modo la historia de la humanidad. No solamente porque desde los tiempos bíblicos se han emparejado viejitos chéveres con jovencitas que saben ver más allá de la piel ajada, sino, sobre todo, porque la demografía ha cambiado radicalmente para todos... Para todos, menos para el viejo verde.
Según estudios científicos, actualmente las niñas se hacen mujeres entre tres y cuatro años antes que sus abuelas. Hace una o dos generaciones tan engorroso tránsito hormonal ocurrían hacia los catorce o quince años. Ahora tiene lugar a los once o doce. Al mismo tiempo, la juventud se alarga. En épocas de Bolívar la gente era vieja a los 40 y aquel que aún estaba vivo a los 50 era considerado venerable anciano de la tribu. Ahora hombres y mujeres marchan en plena actividad a los 50 y solo se les empieza a ver como catanos de los 70 hacia arriba. Son miles los terrícolas mayores de cien años, y los gerontólogos anuncian que dentro de cuatro o cinco décadas alcanzar el centenario será asunto común y corriente: tanto como lo es llegar hoy a los 80 años, edad que hace un siglo coronaban únicamente los religiosos tibetanos.
En el 2040 podría haber películas reservadas a mayores de cien años, y descuentos en los gimnasios para miembros de la Cuarta Edad. La esperanza de vida en la mayoría de los países desarrollados supera los 75 años en los hombres y los 80 en las mujeres. El concepto de vejez, pues, ha sufrido un cambio. Maduro era Francisco de Paula Santander a los 28 años, cuando se posesionó de la Presidencia de la República, y había adquirido ya la pátina ceniza del viejo reviejo cuando murió a los 48, un año más decrépito que Bolívar. Señoras y señores. Antonio Banderas y George Clooney son mayores en este momento que Bolívar y Santander, y siguen siendo símbolos sexuales masculinos. Para no mencionar a viejos verde botella, como Winston Churchill, que se hicieron ancianos bebiendo whisky, o viejos verde oliva, como Tirofijo, que festejaron en la selva hasta el septuagésimo séptimo cumpleaños.
¿Por qué -cabe preguntarse-, si se ha producido tan honda revolución demográfica, el viejo verde empieza a serlo a los 40 o 45 y no a los 85 o 90, como debería ser? La respuesta es triste: porque ni la vejez ni el verdor del viejo verde dependen de la edad, sino de la envidia o los prejuicios de los demás. El concepto de la vejez verde no es cronológico, sino mucho más perverso. En la explícita alusión a la edad aparecen camufladas otras ideas malévolas: suciedad, dinero, impotencia, lascivia, enfermedad, ambición... ¿Qué es lo primero que se piensa cuando están juntos un hombre mayor y una mujer joven en una cafetería? Que hay plata de por medio. En efectivo o en especie.
Se supone que el viejo ofrece a la joven una estabilidad económica, estatus social, las posibilidades de una herencia, o todo lo anterior junto. La contraprestación de ella, según los estereotipos sociales, es resignación y cama. Lo último que se les ocurre a las brujas de los alrededores es que él esté legítimamente enamorado. Y ella también. En el mejor de los casos -un Chaplin, un Sinatra, un Hugh Hefner, un Vinicius de Moraes- se dirá que la chica aspira a que se le pegue algo de la fama o la genialidad de su compañero de mayor edad.
Y, en circunstancias de optimismo delirante, alguien no llamará viejo verde al personaje genial -repito: un Chaplin, un Sinatra, un Hugh Hefner, un Vinicius de Moraes- sino "hombre eternamente primaveral" o incluso "individuo proteico", es decir, alguien que está en constante ebullición y cambio, dispuesto a reinventarse a cada momento y resucitar todos los días. Sin embargo, de "individuo proteico" a "individuo prostático" no hay más que unas pocas letras, y abundan los resentidos que las modifican y en cualquier momento se atreven a calificar de viejo verde a quien desafió los convencionalismos y, amparado en el prestigio de su talento, se atrevió a enamorar "carne fresca", como dice Serrat.
A pesar de su condición despectiva y violatoria de la libertad personal y la intimidad del prójimo, el epíteto "viejo verde" es, en español, bastante más noble que en inglés. En español parece sugerir que se trata de un hombre mayor que se considera a sí mismo joven, un varón maduro que se cree biche, un tipo ya pintón que se pretende verde. Pero en inglés la cosa es mucho peor, pues a esta clase de sujeto se lo denomina "dirty old man": viejo sucio. Y ni hablar de la mujer mayor que sale con un hombre joven. Ella en español es una "vieja verde", calificativo aburrido, pero tolerable. En cambio, en inglés es una "vieja sucia", adjetivo execrable desde todo punto de vista. La mujer, que frente al hombre está en desventaja laboral, social, legal, económica y religiosa, a la hora del amor sufre la mayor de las discriminaciones. Ejemplo: un hombre de 45 años baila apretadito con una mujer de 35. Habrá alguna lengua de áspid que lo llame a él viejo verde, pero creo que aún tan corta diferencia de edades de varón a mujer raya en lo socialmente aceptable. En cambio, mujer de 45 con hombre menor -de 35, de 30, de 25- siempre será mirada como una vieja verde o, según terminología más moderna, como una asaltacunas.
Bien decían las mamás de antes: "Hija, tenga mucho cuidado, que la mujer siempre sale perdiendo". Pero, bueno, no me ocupo aquí de las mujeres mayores que se enamoran de hombres jóvenes, ni tampoco de sus mamás, pues se trata de casos realmente raros, sino de hombres mayores que conquistan a mujeres jóvenes. Personalmente, por razones de salud mental, rechazo toda relación con mujer menor de 20 años. Soñar con bachilleres, con primíparas de universidad o con secretarias debutantes me ha parecido siempre una estupidez. Con mucha pena, y ofreciendo disculpas a la que les caiga el guante, las sardinas, las primíparas y las debutantes podrán ser muy espontáneas y tiernas, pero tienen poco que decir. Meras pendejadas. A mí denme las sardinas en lata.
El paso del almanaque me ha enseñado a valorar en la mujer ciertas cualidades que, como las deliciosas arruguitas de los ojos y la comisura de la boca, solo se adquieren con el tiempo: huir de lo trascendental, mantener una mirada irónica sobre la existencia, adobar la vida con humor, ser realista, otorgar a las cosas la importancia que tienen y profesar criterios propios. Pedirle todo esto a una niña que acaba de recibir su diploma de secundaria en medio de las emocionadas lágrimas de papi y mami es imposible. Lo que le sobra en belleza y frescura le falta en experiencia, escepticismo, humor, lecturas, densidad, dimensión, personalidad y talante, qué le vamos a hacer...
El varón con carácter y solidez no puede temer que lo llamen viejo verde. Antes bien, ha de mostrar fe en sí mismo y confianza ante la relatividad de la vida y de las cosas. Decía el profesor Mustio Collado, protagonista de Memoria de mis putas tristes, el último libro de García Márquez (2004): "Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y por qué cuando quieren. Hoy me río de los muchachos de ochenta años que consultan al médico asustados por estos sobresaltos, sin saber que en los noventa son peores, pero ya no importan: son riesgos de estar vivos".
Así es la cosa. A los 90 hay que empezar a preocuparse. Mientras tanto, todo lo que está por debajo es adolescencia. Con este enfoque, uno jamás será un viejo verde.
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